15 de enero de 2013

El diablo de la botella - Robert. L. Stevenson


Había una vez un habitante de la isla de Hawai, al que voy a llamar Keawe; con ansias de conocer nuevas tierras.  Un día decide viajar a San Franscisco, ciudad norteamericana, en la costa del Pacífico.
Una vez allí, paseando por la parte alta de la ciudad, se queda parado admirando una casa hermosa, situada en una colina,  llama poderosamente su atención por su belleza, su esplendor, así como por las bonitas vistas de que dispone sobre la ciudad y la bahía.
En un momento dado, otra cosa llama poderosamente su atención, quedando su mirada fija en una de las ventanas de la casa. Un hombre de aspecto sombrío y triste está mirándole a él. Sin apartar la vista el uno del otro, Keawe se acerca hasta el morador de la casa. A partir de aquí transcribiré de forma textual la conversación entre ambos, dado que en ella radica el nudo del cuento de Stevenson.

"Es muy hermosa esta casa mía, le dijo el  hombre, suspirando con amargura. ¿No le gustaría ver las habitaciones?.
Y así fue como Keawe recorrió con él la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo lo que había en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó su gran admiración.
Esta casa -dijo Keawe- es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra parecida me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted más que suspirar?.
No hay ninguna razón -dijo el hombre-, para que no tenga una casa en todo semejante a ésta, y aún más hermosa, si así lo desea- Posee usted algún dinero, ¿no es cierto?
Tengo cincuenta dólares -dijo Keawe-, pero una casa como ésta costará más de cincuenta dólares.
El hombre hizo un cálculo.
Siento que no tenga más -dijo-, porque eso podría causarle problemas en el futuro, pero será suya por cincuenta dólares.
¿La casa?, preguntó Keawe.
No, la casa no -replicó el hombre-; la botella. Porque debo decirle que aunque le parezca una persona muy rica y afortunada, todo lo que poseo, y esta casa misma y el jardín, proceden de una botella en la que no cabe mucho más de una pinta.
Y abriendo un mueble cerrado con llave, sacó una botella de panza redonda con un cuello muy largo; el cristal era de color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior había algo que se movía confusamente, algo así como una sombra y un fuego.
Ésta es la botella -dijo el hombre; y,cuando Keawe se echó a reír, añadió-: ¿No me cree? Pruebe usted mismo. Trate de romperla.
De manera que Keawe cogió la botella y la estuvo tirando contra el suelo hasta que se cansó; porque rebotaba como una pelota y nada sucedía.
Es una cosa bien extraña -dijo Keawe-, porque tanto por su aspecto como al tacto se diría que es de cristal.
Es de cristal replicó el hombre, suspirando más hondamente que nunca, pero de un cristal templado en las llamas del infierno. Un diablo vive en ella y la sombra que vemos moverse es la suya, al menos lo creo yo. Cuando un hombre compra esta botella, el diablo se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee, amor, fama, dinero, casas como ésta o una ciudad como San Francisco, será suyo con sólo pedirlo. Napoleón tuvo esta botella, y gracias a su virtud llegó a ser el rey del mundo; pero también él la vendió al final y fracasó. El capitán Cook también la tuvo, y por ella descubrió tantas islas; pero también él la vendió, y por eso lo asesinaron en Hawaii.


Porque al vender la botella desaparecen el poder y la protección; y a no ser que un hombre esté contento con lo que tiene, acaba por sucederle algo.
Y sin embargo, ¿habla usted de venderla? -dijo Keawe.
Tengo todo lo que quiero y me estoy haciendo viejo -respondió el hombre-.
Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer... y es prolongar la vida; y, no sería justo ocultárselo a usted, la botella tiene un inconveniente; porque si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno.
Sí que es un inconveniente, no cabe duda -exclamo Keawe-. Y no quisiera verme mezclado en este asunto. No me importa demasiado tener una casa, gracias a Dios; pero hay una cosa que sí me importa muchísimo, y es condenarme.
No vaya usted tan deprisa, amigo mío -contestó el hombre-, Todo lo que tiene que hacer es usar el poder de la botella con moderación, venderla después a alguna persona como estoy haciendo yo ahora y terminar su vida cómodamente. 
 (.....)
¿Cómo sé que todo esto es verdad? -preguntó Keawe.
Hay algo que puede usted comprobar inmediatamente -replicó el otro-. Deme sus cincuenta dólares, coja la botella y pida que los cincuenta dólares vuelvan a su bolsillo. Si no sucede así, le doy mi palabra de honor de qué consideraré inválido el trato y le devolveré el dinero.
¿No me está engañando? -dijo Keawe-
El hombre confirmó sus palabras con un solemne juramento.
Bueno; me arriesgaré a eso -dijo Keawe-, porque no me puede pasar nada malo.
Acto seguido le dio su dinero al hombre y el hombre le pasó la botella.
Diablo de la botella -dijo Keawe-, quiero recobrar mis cincuenta dólares.
Y, efectivamente, apenas había terminado la frase, cuando su bolsillo pesaba ya lo mismo que antes.
No hay duda de que es una botella maravillosa -dijo Keawe.
Y ahora muy buenos días, mi querido amigo, ¡y que el diablo le acompañe! -dijo el hombre".

Así dan comienzo las aventuras y desventuras de Keawe, narradas en este enigmático cuento de Stevenson que publicó inicialmente en el diario El Heraldo de Nueva York en 1881. La compra, la venta, la re-compra, vicisitudes y acontecimientos en los que se ve envuelto Keawe. Eso forma parte de la trama que el lector podrá seguir a lo largo del libro. Por supuesto no voy a desvelar el final para no fastidiar al lector.

Esta lectura me ha recordado al personaje de Fausto. Sí, el de la leyenda alemana que hace un pacto con el diablo, cediéndole su alma a cambio de conocimientos ilimitados y placeres mundanos. La botella me sugiere otros cuentos como el de "Aladino y la lámpara maravillosa" , en el que un genio con poderes sobrenaturales se encuentra encerrado en aquel recipiente, dispuesto a favorecer las peticiones del que se digne a frotar la lámpara.



Me da la impresión de que a día de hoy muchos no creen en el diablo. Nada más considerar mi entorno más cercano, así lo afirmaría.
Víctimas propiciatorias ya que es posible que esté más presente que nunca. Personas que a causa de su incredulidad son más propensas a echarse en sus redes sin dudarlo.

El diablo nos acosa sutilmente, con pequeños pasos, con el propósito de minar nuestras creencias y nuestros valores. Puede adoptar innumerables formas, por supuesto no siempre vendrá embotellado. Puede dedicarse a la política, a los negocios, disfrazarse de hipoteca. El dinero es uno de sus disimulos preferidos, y todo lo que a uds. se les ocurra imaginar, con tal de seducir, engatusar y obtener clientes.

Percibo que hoy sería sumamente fácil vender una botella como la del cuento. Bofetadas y mamporros habría para hacerse con ella.

De cualquier modo, conviene tener presente que la mayor arma del diablo es hacernos creer que no existe.


Robert Louis Stevenson

El autor :

R. L. Stevenson (Edimburgo, 13/11/1850 - 03/12/1894, Vailima - Samoa).


Es recordado como uno de los grandes contadores de historias. Pronto se convirtió en un hombre admirado y respetado en su época, algo que no siempre es habitual.

De joven viajó mucho en compañía de su padre, ello puede haber contribuido a desarrollar su imaginación
.

Fue un hombre de salud frágil. Nunca le gustó el frío y húmedo clima de las islas Británicas. Vivió en Francia, posteriormente el EUA (Colorado). 

Finalmente decidió establecerse en Samoa, allí permaneció el resto de sus días. Murió a la edad de 44 años, probablemente de una repentina y fatal hemorragia cerebral. Persona muy apreciada por la población local, fué enterrado en lo alto de una montaña, con una hermosa vista al mar. Un mar protagonista de tantas de sus páginas.

Otras obras suyas muy conocidas son:

- La isla del tesoro
- La flecha negra
- El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde
- El señor de Ballantrae


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